Conociendo a Dios: Oración

La oración, sencillamente definida, es la acción de conversar con Dios. Mediante este acto, el creyente expresa a Dios su gratitud y sus necesidades y le confirma su confianza en él como su todo soberano Dios. Pero más allá de la simple conversación, lo que está detrás es una verdadera comunión con Dios. Y ¿Cómo puede alguien conocer a Dios si no tiene comunión con Él? Eso es sencillamente imposible.
El fin principal de la oración
El fin principal de la oración es la comunión con Dios y el expresar a Dios dependencia total de él como Dios y Padre. Pero la oración también envuelve un fin didáctico en el cual las verdades sobre Dios son recordadas e iluminadas por el Espíritu Santo al creyente.
Ahora bien, al afirmar que se puede conocer a Dios por medio de la oración, se debe tener el cuidado de no hacer de la oración una experiencia mística. Sí, Dios se revela al creyente cuando este ora, pero el contenido de esa revelación nunca es nada que el creyente no sepa por medio de las Escrituras; más que revelación, es iluminación lo que el Espíritu da al creyente cuando éste ora.
Hablando sobre la importancia del conocimiento en la oración, el Dr. R.C. Sproul escribe lo siguiente:
Desde luego, el conocimiento también es importante porque sin él no podemos saber lo que Dios requiere. Sin embargo, el conocimiento y la verdad serán conceptos abstractos a menos que tengamos comunión con Dios mediante la oración. El Espíritu Santo enseña, inspira, e ilumina la Palabra de Dios en nosotros. Él nos comunica la Palabra de Dios y nos asiste en nuestra respuesta al Padre en oración.[1]
El papel didáctico de la oración
Es aquí entonces que se ve claramente el papel didáctico de la oración. Dios el Espíritu Santo ilumina el entendimiento del creyente para que este recuerde las verdades que ha recibido de las Escrituras. Por eso, cuando Jesús instruyó a sus discípulos sobre cómo debían orar, les dio verdades claramente reveladas en las Escrituras:
Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. (Mateo 6:9–13)
En esta oración enseñada por Jesús a sus discípulos se aprecia a Dios como Padre, aquel que adopta a los creyentes en su familia (Ef. 2:19). El Señor también es reconocido como un Dios santo que merece ser adorado (Sal. 145:3); como el Señor de los cielos y la tierra que ejerce su autoridad en todo el universo (Is. 66:1); como el proveedor de las necesidades de su pueblo (Sal. 104:27–28); como aquel que puede perdonar los pecados de sus hijos (Is. 43:25); como el protector de sus hijos (Sal. 32:7); y como el Rey eterno (Sal. 24:10). La palabra “Amén” al final de la oración confirma todas estas verdades como ciertas.
Por tanto, cuando el creyente ora, tiene la oportunidad de recordar todas estas y más cosas sobre Dios y experimentar el consuelo que este conocimiento produce. Esto debe advertir a toda persona de no ver la oración simplemente como un acto por el cual se pide a Dios que cumpla caprichos humanos, sino como un acto de verdadera comunión con Dios que lleva al creyente a ser cada vez más consciente de los atributos y verdades reveladas en las Escrituras sobre el Señor.
La oración viene a ser entonces el medio por el cual el Espíritu Santo profundiza las verdades que conocemos sobre Dios en los corazones y mentes de los creyentes de manera que estas verdades resultan ser transformadoras:
Podemos saber que Dios es santo, pero cuando los ojos del corazón son iluminados en relación con esa verdad, entonces no solo conocemos cognitivamente, sino que emocionalmente descubrimos que la santidad de Dios es maravillosa y bella, y volitivamente evitamos actitudes y conductas que le desagradan o lo deshonran.[2]
Por tanto, para conocer a Dios verdaderamente, una persona debe necesariamente mantener comunión constante con él por medio de la oración. Esto hará que las verdades sobre Dios sean grabadas en su mente y corazón.